Capítulo 19
El Pacto Eterno: las promesas de Dios
The Present Truth, 10 septiembre, 1896
El corazón endurecido del faraón
Cuando las buenas maneras no lograron que el faraón reconociera el poder de Dios, fueron enviados juicios. Dios, que conoce el final desde el principio, había anunciado que se endurecería el corazón del faraón, incluso que Dios mismo se lo haría endurecer; y así ocurrió. No obstante, no hay que suponer que Dios endureció deliberadamente el corazón del faraón en contra de la voluntad de este, de forma que le hubiera resultado imposible ceder en caso de haber querido hacerlo. Dios envía operación de error, a fin de que los hombres crean en la mentira (2 Tes. 2:11) sólo a quienes han rechazado la verdad y aman la mentira. Cada uno obtiene lo que más desea. Aquel que desea hacer la voluntad de Dios, conocerá de la doctrina (Juan 7:17); pero a quien rechaza la verdad no le queda más que tinieblas y engaño.
Es interesante observar que fue la manifestación de la misericordia de Dios lo que endureció el corazón del faraón. La sencilla demanda de parte del Señor fue objeto de negación y burla. Comenzaron entonces a caer las plagas, pero no de forma inmediata, sino dejando un intervalo suficiente como para que el faraón reflexionara. Pero como el poder de los magos parecía igual al de Moisés y Aarón, Faraón no accedió a la petición. Entonces quedó manifiesto que había un poder superior al de sus magos. Pudieron hacer subir ranas sobre la tierra de Egipto, pero no pudieron librarse de ellas. "Entonces el faraón llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: -Orad a Jehová para que aparte las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré ir a tu pueblo para que ofrezca sacrificios a Jehová" (Éx. 8:8). Había aprendido del Señor lo suficiente como para llamarlo por su nombre.
"Entonces salieron Moisés y Aarón de la presencia del faraón. Moisés clamó a Jehová tocante a las ranas que había mandado sobre el faraón. E hizo Jehová conforme a la palabra de Moisés: murieron las ranas de las casas, de los cortijos y de los campos. Las juntaron en montones y apestaban la tierra. Pero al ver el faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, tal como Jehová lo había dicho" (vers. 12-15).
"Se mostrará piedad al malvado, pero no aprenderá justicia, sino que en tierra de rectitud hará iniquidad y no mirará a la majestad de Jehová" (Isa. 26:10). Así sucedió con el faraón. El juicio de Dios aplacó su altanería; pero "al ver el faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón".
Cuando el Señor envió la siguiente plaga de moscas, el faraón dijo: "Os dejaré ir para que ofrezcáis sacrificios a Jehová, vuestro Dios, en el desierto, con tal que no vayáis más lejos; orad por mí. Y Moisés respondió: -Al salir yo de tu presencia, rogaré a Jehová que las diversas clases de moscas se alejen del faraón, de sus siervos y de su pueblo mañana; con tal de que el faraón no nos engañe más, impidiendo que el pueblo vaya a ofrecer sacrificios a Jehová. Entonces Moisés salió de la presencia del faraón, y oró a Jehová. Jehová hizo conforme a la palabra de Moisés y apartó todas aquellas moscas del faraón, de sus siervos y de su pueblo, sin que quedara una. Pero también esta vez el faraón endureció su corazón y no dejó partir al pueblo" (Éx. 8:28-32).
Y así fue sucediendo con cada una de las plagas. No se nos proporcionan todos los detalles en cada caso, pero vemos que fue la paciencia y misericordia de Dios lo que endurecía el corazón del faraón. La misma predicación que animó los corazones de tantos en los días de Jesús, lograba que otros desarrollaran más y más amargura en su contra. La resurrección de Lázaro fijó en los corazones de los judíos incrédulos la determinación de matar a Jesús. El juicio revelará el hecho de que todo aquel que rechazó al Señor endureciendo su corazón, lo hizo frente a la manifestación de su misericordia.
El propósito de Dios para el faraón
"Luego Jehová dijo a Moisés: -Levántate de mañana, ponte delante del faraón y dile: ‘Jehová, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva, porque yo enviaré esta vez todas mis plagas sobre tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra. Por tanto, ahora yo extenderé mi mano para herirte a ti y a tu pueblo con una plaga, y desaparecerás de la tierra. A la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra" (Éx. 9:13-16).
La traducción más literal del hebreo del Dr. Kalisch dice así: "Porque he aquí que habría podido extender mi mano, y habría podido golpearte a ti y a tu pueblo con pestilencia; y tú habrías sido cortado de la tierra. Pero sólo por esta causa he permitido que existas, a fin de mostrarte mi poder, y que mi nombre pueda ser conocido por toda la tierra". La versión ‘Dios habla hoy’ traduce la misma idea: "Yo podría haberte mostrado mi poder castigándote a ti y a tu pueblo con una plaga, y ya habrías desaparecido de la tierra; pero te he dejado vivir para que veas mi poder, y para darme a conocer en toda la tierra".
No se trata, como tan a menudo se supone, de que Dios trajera a la existencia al faraón con el expreso propósito de volcar su venganza sobre él. Una idea tal es un gran deshonor hacia el carácter del Señor. La verdadera idea consiste en que Dios habría podido destruir al faraón desde un principio, liberando así a su pueblo sin demora alguna. Eso, no obstante, no habría estado de acuerdo con el carácter invariable del Señor, según el cual concede a todo ser humano amplia oportunidad para que se arrepienta. Dios había tenido una gran paciencia con la obstinación del faraón, y ahora se disponía a enviarle juicios más severos; no obstante, no lo haría sin advertirle antes fielmente, de forma que incluso entonces pudiera volverse de su maldad.
Dios había mantenido con vida al faraón, y había demorado el envío de su juicio más severo que lo destruiría, a fin de poder mostrarle su poder. Pero el poder de Dios se estaba manifestando por entonces para la salvación de su pueblo, y el poder de Dios para salvación es el evangelio (Rom. 1:16). Por lo tanto, Dios estaba manteniendo al faraón con vida a pesar de la obstinación de éste, para darle cumplida ocasión de aprender el evangelio. Ese evangelio era tan poderoso para salvar al faraón, como lo era para salvar a los israelitas.
Hemos citado la versión ‘Dios habla hoy’ por su mayor claridad en el texto, pero no porque esa misma verdad no se encuentre también en la versión más común (Reina Valera 1995): "A la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra". Aún entendiendo que "te he puesto" se refiera al establecimiento del faraón en el trono, el versículo dista mucho de afirmar que Dios hizo tal cosa con el propósito de enviarle las plagas y destruirlo. Lo que el texto declara es que el propósito era mostrar el poder de Dios, y dar a conocer su nombre en toda la tierra. La suposición de que Dios puede mostrar su poder y dar a conocer su nombre sólo mediante la destrucción de los hombres, deshonra a Dios y es contraria al evangelio. "¡Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia!" (Sal. 106:1).
Dios quería que su nombre se conociera en toda la tierra. Y así sucedió, pues leemos que cuarenta años más tarde los habitantes de Canaán se llenaron de pánico al acercarse los israelitas, debido a que recordaban la forma prodigiosa en que Dios los había librado de Egipto. Pero el propósito divino se habría podido cumplir igualmente si el faraón hubiera aceptado a la voluntad del Señor. Supongamos que el faraón hubiera reconocido al Señor, y aceptado el evangelio que se le predicó; ¿cuál habría sido el resultado? Habría hecho como Moisés, cambiando el trono de Egipto por el oprobio de Cristo y por un lugar en la herencia eterna. De esa forma habría sido un poderosísimo agente en la proclamación del nombre del Señor a toda la tierra. El hecho mismo de la aceptación del evangelio por un rey poderoso, habría dado a conocer el poder del Señor de una forma tan efectiva como lo hicieron las plagas. Y el propio faraón, de ser perseguidor del pueblo de Dios, habría podido, como Pablo, haberse convertido en un predicador de la fe. Pero desgraciadamente no conoció el día de su visitación.
Observa que el propósito de Dios era que su nombre fuera declarado en toda la tierra. No tenía que suceder en un rincón. La liberación de Egipto no era algo que concernía solamente a unos pocos en cierta región de la tierra. Había de ser "para todos" (Luc. 2:10, ‘Dios habla hoy’). De acuerdo con la promesa hecha a Abraham, Dios estaba librando de la esclavitud a los hijos de Israel; pero la liberación no era sólo por causa de ellos. Mediante su liberación habría de darse a conocer su nombre y su poder hasta lo último de la tierra. El tiempo de la promesa que Dios había jurado a Abraham estaba acercándose; pero dado que esa promesa incluía a toda la tierra, se requería que el evangelio fuera proclamado con un alcance en correspondencia. Los hijos de Israel eran los agentes escogidos por Dios para llevar a cabo esa obra. Alrededor de ellos, como núcleo, se había de centrar el reino de Dios. La infidelidad de ellos a su cometido hizo que el plan de Dios se retrasara, pero no que cambiara. Aunque fracasaron en proclamar el nombre del Señor, e incluso apostataron, Dios dijo: "Sabrán las gentes que yo soy Jehová, cuando fuere santificado en vosotros delante de sus ojos" (Eze. 36:23; ver contexto en vers. 22-33).