Capítulo 17

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
Las promesas a Israel

The Present Truth, 27 agosto, 1896


La comisión divina

Habían pasado cuarenta años desde aquel intento equivocado, antes que el Señor estuviera dispuesto a librar a su pueblo por mano de Moisés. Fue necesario todo ese tiempo a fin de preparar a Moisés para esa importante obra. Leemos de él, en un período posterior de su vida, que era manso más que cualquier otro ser humano. Pero no era así por disposición natural. La educación en la corte no estaba calculada para desarrollar la cualidad de la mansedumbre. La forma en que Moisés había intentado al principio remediar la opresión que sufría su pueblo, demuestra que tenía un temperamento impulsivo y arbitrario. El golpe seguía muy de cerca a la palabra. Pero el hombre que ha de llevar a los hijos de Abraham a la herencia prometida debe poseer muy diferentes características.

La tierra era la herencia prometida a Abraham. Se la había de ganar mediante la justicia de la fe. Pero ésta es inseparable de un espíritu apacible. "Aquel cuya alma no es recta se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá" (Hab. 2:4). Por lo tanto, dijo el Salvador: "Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad" (Mat. 5:5). "Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman?" (Sant. 2:5). Únicamente los mansos podían poseer la herencia prometida a los israelitas; por lo tanto, el encargado de llevarlos allí había de poseer necesariamente esa virtud de la mansedumbre. Cuarenta años de retiro en el desierto, trabajando como pastor, obraron en Moisés el cambio deseado.

"Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto. Los hijos de Israel, que gemían a causa de la servidumbre, clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos desde lo profundo de su servidumbre. Dios oyó el gemido de ellos y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob" (Éx. 2:23 y 24).

Ese pacto, como ya hemos visto, se confirmó en Cristo. Se trataba del pacto que Dios había establecido con los padres, al decir a Abraham: "En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra" (Hech. 3:25). Y esa bendición consistía en apartarlos de sus iniquidades. Es el pacto que Dios recordó al enviar a Juan el Bautista, precursor de Cristo, quien habría de liberar a su pueblo de mano de sus enemigos a fin de que pudieran servir a Dios sin temor, "en santidad y en justicia delante de él" todos los días de sus vidas (Luc. 1:74 y 75). Era el pacto que aseguraba a Abraham y a su descendencia la posesión de la tierra, mediante la fe personal en Cristo.

Pero la fe en Cristo no asegura una posesión terrenal a nadie. Los que son herederos de Dios son los pobres de este mundo, ricos en fe. El propio Cristo no tenía en esta tierra lugar donde recostar su cabeza; por lo tanto, nadie ha de suponer que el ser un fiel seguidor de Cristo le asegurará las posesiones de este mundo. Es más probable que suceda al contrario.

Es necesario recordar esos puntos al considerar la liberación de Israel de Egipto, y su viaje a la tierra de Canaán. Se los debiera tener presentes en el estudio de toda la historia de Israel, pues de otra forma caeremos continuamente en el mismo error de su propio pueblo, quien no recibió a Cristo cuando vino a ellos, debido a que no vino para prosperar sus intereses mundanales.

"Apacentando Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Allí se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía. Entonces Moisés se dijo: ‘Iré ahora para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema’. Cuando Jehová vio que él iba a mirar, lo llamó de en medio de la zarza: -¡Moisés, Moisés! –Aquí estoy, respondió él. Dios le dijo: -No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y añadió: -Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego Jehová: -Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha llegado ante mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel" (Éx. 3:1-10).

No es necesario entrar en los detalles del rechazo inicial de Moisés, y de su posterior aceptación de la comisión divina. Ahora que estaba por fin preparado para esa labor, se sentía incapaz y la rehuía. En la comisión estaba claramente especificado el poder mediante el que habría de efectuarse la liberación. Era el tipo de liberación que sólo puede cumplirse mediante el poder del Señor. Moisés había de ser únicamente el agente en sus manos.

Observa también las credenciales dadas a Moisés: "Dijo Moisés a Dios: -Si voy a los hijos de Israel y les digo: ‘Jehová, el Dios de vuestros padres, me ha enviado a vosotros’, me preguntarán: ‘¿Cuál es su nombre?’ Entonces, ¿qué les responderé? Respondió Dios a Moisés: -‘Yo soy el que soy’. Y añadió: -Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me envió a vosotros" (Éx. 3:13 y 14).

Ese es el "nombre glorioso y temible" del Señor (Deut. 28:58), que ningún ser humano puede comprender, puesto que expresa su infinidad y eternidad. Observa las traducciones alternativas que proporcionan las notas al margen de la versión Revisada de la Biblia: "Soy porque soy", "soy quien soy", o "seré el que seré". Ninguna de esas traducciones es completa en ella misma, pero son todas necesarias para tener una noción del significado del título. Representan en conjunto al "Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso" (Apoc. 1:8).

Cuán apropiado fue que, cuando el Señor iba a liberar a su pueblo, no meramente de la esclavitud temporal sino también de la espiritual y a darles aquella herencia que sólo podían poseer si provenía del Señor y la resurrección, se diera a conocer a sí mismo, no solamente como el Creador que posee existencia propia, sino también como Aquel que va a venir: el mismo título por el que se revela en el último libro de la Biblia, libro que está dedicado en su totalidad a la venida del Señor y la liberación final de su pueblo del gran enemigo: la muerte.

"Además dijo Dios a Moisés: -Así dirás a los hijos de Israel: ‘Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros’. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará todos los siglos" (Éx. 3:15). Se nos recuerda que esa liberación no es otra cosa que el cumplimiento de la promesa hecha mediante Cristo a Abraham, Isaac y Jacob. Observa también el hecho significativo de que las más poderosas predicaciones registradas en el Nuevo Testamento se refieren a Dios como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob: una evidencia de que ha de seguir siendo conocido por el mismo título, y de que las promesas hechas a los padres son buenas para nosotros, si las recibimos con la misma fe. "Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará todos los siglos".

Respaldado por ese Nombre, con la seguridad de que Dios iba a estar con él y le daría instrucción en cuanto a lo que habría de decir, armado con el poder para efectuar milagros y confortado al saber que su hermano Aarón le asistiría en la obra, Moisés se puso en camino hacia Egipto.

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