Capítulo 14
El Pacto Eterno: las promesas de Dios
The Present Truth, 6 agosto, 1896
Israel en Egipto
Hay que recordar que cuando Dios hizo el pacto con Abraham, le indicó que habría de morir sin haber recibido la herencia, y que sus descendientes serían oprimidos y afligidos en tierra extraña, y que posteriormente, en la cuarta generación, regresarían a la tierra prometida.
"Le dio el pacto de la circuncisión, y así Abraham engendró a Isaac, y lo circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él y lo libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante del faraón, rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa... José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su familia, en número de setenta y cinco personas. Así descendió Jacob a Egipto, donde murió él y también nuestros padres, los cuales fueron trasladados a Siquem y puestos en el sepulcro que Abraham, a precio de dinero, había comprado a los hijos de Amor en Siquem. Pero cuando se acercaba el tiempo de la promesa que Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José. Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres hasta obligarlos a que expusieran a la muerte a sus niños para que no se propagaran" (Hech. 7:8-19).
El rey "que no conocía a José" era de otra dinastía; pertenecía a un pueblo que, viniendo del Este, había conquistado Egipto. "Porque así dice Jehová: ‘De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados’. Porque así dijo Jehová el Señor: ‘Mi pueblo descendió a Egipto en tiempo pasado, para morar allá, y el asirio lo cautivó sin razón’. Y ahora Jehová dice: ‘¿Qué hago aquí, ya que mi pueblo es llevado injustamente? ¡Los que de él se enseñorean lo hacen aullar, y continuamente blasfeman contra mi nombre todo el día!’, dice Jehová. ‘Por tanto, mi pueblo conocerá mi nombre en aquel día, porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente’" (Isa. 52:3-6).
Significado de Egipto
Por el texto precedente podemos saber que la opresión de Israel en Egipto implicaba oposición y blasfemia contra Dios; el rigor de esa persecución tenía relación directa con el desprecio de Egipto hacia su Dios y su religión. Es también evidente que la liberación de Egipto es un hecho idéntico a la liberación experimentada por aquel que está "vendido al pecado" (Rom. 7:14). "Ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Ped. 1:18 y 19). Por lo tanto, un breve estudio de lo que constituye Egipto en la Biblia, y de la condición de los israelitas en su estancia allí, nos ayudará a comprender el significado de su liberación.
La idolatría de Egipto
De entre todas las idolatrías en los tiempos antiguos, la egipcia era indudablemente la más atrevida y completa. Era tal el número de los dioses de Egipto, que era casi imposible de contar; pero cada uno de ellos tenía una relación más o menos directa con el sol, como dios principal. "Cada ciudad egipcia tenía su animal sagrado, o fetiche, y cada ciudad tenía sus propias divinidades" (Enciclopedia Británica). Pero "el sol era el núcleo central de la religión del estado. De varias maneras estaba a la cabeza de cualquier jerarquía" (Imágenes del sol y el Sol de justicia, en O.T. Student, Ene. 1886). "Ra, el dios sol, solía representarse por un ser humano con cabeza de halcón, y ocasionalmente por un hombre, en ambos casos llevando casi siempre el disco solar sobre su cabeza".
En Egipto había una unión perfecta de la iglesia con el estado; de hecho, ambos eran idénticos. Así lo documenta "Religiones del mundo antiguo" (Rawlinson), p. 20:
"Ra era el dios-sol de los egipcios, y se lo adoraba especialmente en Heliópolis. Algunos opinan que los obeliscos representaban sus rayos, y siempre o casi siempre se los erigía en su honor... Los reyes consideraban en su mayoría a Ra como su especial patrón y protector; llegaban incluso tan lejos como para identificarse personalmente con él, atribuyéndose ellos mismos los títulos de éste, y adoptando su nombre como el prefijo común a sus propios nombres y títulos. Muchos creen que ese es el origen del término Faraón, que sería la transliteración hebrea de Ph’Ra: el sol".
Además del sol y la luna, denominados Osiris e Isis, "los egipcios adoraban un sinnúmero de animales tales como el buey, el perro, el lobo, el halcón, el cocodrilo, el ibis, el gato, etc." "De entre todos esos animales, el toro Apis, que los griegos llamaban Epapris, era el más famoso. Se erigieron en su honor templos suntuosos mientras vivió, y aún más tras su muerte. En esa ocasión todo Egipto guardó luto. Fueron traídos obsequios con tal pompa y solemnidad que raya lo increíble. En el reino de Lagus Ptolomeus, la muerte del toro Apis en buena vejez, la pompa del funeral, además de los gastos ordinarios, ascendió a la suma de cincuenta mil coronas francesas. Tras haberle rendido los honores póstumos al finado, la siguiente tarea fue buscarle un sucesor, algo en lo que todo Egipto se volcó. Se lo identificó por ciertos signos que lo distinguían de todos los otros animales de la misma especie: tenía una mancha blanca en su frente, con forma de media luna creciente; en el dorso la figura de un águila; en la lengua la de un martillo. Tan pronto como se lo halló, el lamento dio paso al júbilo, y no se oyó nada en todo Egipto, excepto algazara de fiesta y alegría. El nuevo dios fue transportado a Memphis para que tomara posesión de su dignidad, y allí se le dio la bienvenida en medio de innumerables ceremonias" (Rollin’s Ancient History, libro I, parte 2, cap. 2, secc. 1).
No es preciso apuntar que esas ceremonias tenían un carácter marcadamente obsceno, pues el culto al sol, cuando se lo llevaba hasta su plenitud, no era otra cosa más que vicio, bajo el disfraz de deber religioso.
Tan arraigada estaba la superstición entre los egipcios, que llegaban a adorar a puerros y cebollas. Es preciso especificar aquí que la superstición e idolatría más abominables no tienen necesariamente por qué ir asociadas a un bajo orden de intelecto, puesto que los antiguos egipcios cultivaban las artes y las ciencias hasta lo sumo. La práctica de la idolatría, no obstante, fue la causa de su estrepitosa caída, desde la exaltada posición que habían ostentado.
El propio nombre de Egipto es sinónimo de maldad y oposición a la religión de Jesucristo, y viene asociado con Sodoma. Se dice de los "dos testigos" del Señor, que "sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado" (Apoc. 11:8). Diversos textos en la Escritura muestran que los israelitas participaron en Egipto de esa maldad e idolatría, y que se les impidió por la fuerza servir al Señor.
Primeramente, cuando Moisés fue enviado para librar a Israel, su mensaje a Faraón fue: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva" (Éx. 4:22 y 23). El objetivo de liberar a Israel era que pudiera servir al Señor: una evidencia de que en Egipto no lo estaba sirviendo.
Leemos también que "se a acordó de su santa palabra dada a Abraham su siervo. Sacó a su pueblo con gozo; con júbilo a sus escogidos. Les dio las tierras de las naciones y las labores de los pueblos heredaron, para que guardaran sus estatutos y cumplieran sus leyes" (Sal. 105:42-45).
Pero la mayor evidencia de que Israel estaba participando en la idolatría de Egipto la tenemos en el reproche del que se hizo merecedor por no abandonar esa práctica. "Así ha dicho Jehová el Señor: El día que escogí a Israel y que alcé mi mano para jurar a la descendencia de la casa de Jacob, cuando me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto... entonces les dije: Cada uno eche de sí las abominaciones de delante de sus ojos, y no os contaminéis con los ídolos de Egipto. Yo soy Jehová vuestro Dios. Pero ellos se rebelaron contra mí y no quisieron obedecerme; no echó de sí cada uno las abominaciones ni dejaron los ídolos de Egipto" (Eze. 20:5-8).
Todavía en la esclavitud egipcia
Ni ha sucedido aún hasta el día de hoy. Las tinieblas que cubrieron Egipto en la época de las plagas, no eran más densas de las que ha logrado proyectar en el mundo entero. La oscuridad física no era más que una vívida representación de las tinieblas morales que, procediendo de ese malvado país, se han cernido sobre los moradores de la tierra. La historia de la apostasía en la iglesia cristiana no es otra que la historia de los errores importados de Egipto.
Hacia finales del segundo siglo de la era cristiana, se desarrolló en Egipto un nuevo sistema filosófico. "Ese sistema de filosofía fue desarrollado por los eruditos de Alejandría que deseaban ser tenidos por cristianos, reteniendo al mismo tiempo el nombre, el porte y el rango de filósofos. En particular, todos que en ese siglo presidían en las escuelas de los cristianos en Alejandría. Se cita a Athenagoras, Pantaenus y Clemente de Alejandría como aprobándolo. Esos hombres estaban persuadidos de que la verdadera filosofía, el mayor y más saludable don de Dios, se encontraba entre las diversas sectas de filósofos, esparcido en incontables fragmentos; por lo tanto, era el deber de todo hombre sabio, y especialmente el de un instructor cristiano, recolectar esos fragmentos de todo lugar, y emplearlos para la defensa de la religión y refutación de la impiedad".
"Esa forma de filosofar sufrió cierta modificación, cuando Ammonius Saccas, hacia finales de siglo, fundó una prestigiosa escuela en Alejandría, estableciendo la base de esa secta que vino a conocerse como el neo-platonismo. Ammonius Saccas nació y fue educado como cristiano, y probablemente hizo toda su vida profesión de cristianismo. De genio fecundo y gran elocuencia, asumió el reto de armonizar todos los sistemas de filosofía y religión, o intentó enseñar una filosofía sobre la que todos los filósofos, tanto como los pertenecientes a las diversas religiones -sin exceptuar a los cristianos-, pudieran unirse y confraternizar. Y aquí radica de una forma muy especial la diferencia entre esa nueva secta y la filosofía ecléctica que floreciera en Egipto con anterioridad. Los eclécticos sostenían que había una mezcla de bien y mal, de verdadero y falso, en todos los sistemas; por lo tanto, seleccionaban lo que les parecía razonable, y rechazaban el resto. Sin embargo, Ammonius sostuvo que todas las sectas profesaban uno y el mismo sistema de verdad, con diferencias solamente en la forma de presentarla, y alguna diferencia menor en sus concepciones; siendo así, mediante las explicaciones adecuadas podían ser fácilmente reunidas en un cuerpo. Se adhirió a ese novedoso y singular principio según el cual, las religiones prevalecientes, y también la cristiana, debían ser comprendidas y explicadas según esa filosofía común" (Mosheim, Historia eclesiástica del siglo II, parte 2, cap. 1, secc. 6 y 7).
Se cita a Clemente de Alejandría, como siendo uno de los maestros cristianos devotos de esa filosofía. Mosheim nos dice que "Hay que situar a Clemente entre los primeros y principales defensores e instructores cristianos de la ciencia filosófica; verdaderamente se lo ha de situar a la cabeza de aquellos que se entregaron al cultivo de la filosofía con un celo que no conocía límites, y estaba tan ciego y desviado que se embarcó en la vana empresa de lograr la armonía entre los principios de la ciencia filosófica y los de la religión cristiana" (Comentarios de Mosheim, siglo II, secc. 25, nota 2).
Hay que recordar aquí que la única filosofía que existía era la filosofía pagana, y no será difícil imaginar los inevitables resultados de una devoción como la descrita, de parte de aquellos que ejercían el magisterio en la iglesia cristiana.
Sabemos por Mosheim que "los discípulos de Ammonius, y más particularmente Orígenes, quien en el siglo siguiente [el tercero] alcanzó un grado de eminencia difícilmente imaginable, introdujeron asiduamente las doctrinas que habían derivado de su maestro en las mentes de los jóvenes cuya educación se les había confiado, y a su vez, mediante el esfuerzo de estos últimos, que posteriormente fueron en su mayor parte llamados al ministerio, se difundió el amor a la filosofía en un sector considerable de la iglesia". Orígenes estaba a la cabeza de la "Escuela de catequesis", o seminario teológico de Alejandría, que era la sede del saber. Estuvo a la cabeza de los intérpretes de la Biblia en ese siglo, y fue estrechamente imitado por los jóvenes formados en ese seminario. "La mitad de los sermones de la época", dice Farrar, "eran copiados, conscientemente o no, directa o indirectamente, de los pensamientos y métodos de Orígenes". (Vidas de los Padres, cap. 16, secc. 8).
La destreza de Orígenes como "intérprete" de la Biblia era su destreza como filósofo, que consistía en hacer evidentes cosas inexistentes. Se empleaba la Biblia, al igual que los escritos de los filósofos, como un medio donde exhibir su habilidad mental. Leer una simple afirmación y creerla tal como está escrita, reconociéndola como verdad llana ante la mente de los estudiantes, llevando así la mente de las personas a la Palabra de Dios, fue considerado como algo pueril, e indigno de un gran instructor. Eso estaba al alcance de cualquiera, pensaban –en contraste con su lectura "sapiencial" de la Biblia-. Su obra parecía consistir en extraer de las Sagradas Escrituras algo que la gente común nunca encontraría, por la sencilla razón de que no estaba allí, ya que era únicamente la invención de sus propias mentes.
A fin de mantener su prestigio como grandes eruditos y maestros, enseñaron al pueblo que la Biblia no significa lo que dice, y que todo aquel que sigue la letra de la Escritura, ciertamente se extraviará. Enseñaron que sólo podía ser enseñada por aquellos que habían ejercitado sus facultades mediante el estudio de la filosofía. De esa forma virtualmente quitaron la Biblia de las manos del pueblo común. Habiéndoseles quitado la Biblia para todo efecto práctico, no había medio por el que las personas pudieran distinguir entre el cristianismo y el paganismo. El resultado fue, no sólo que los que profesaban ya previamente el cristianismo fueron corrompidos en gran medida, sino que los paganos acudieron a la iglesia sin cambiar sus principios o prácticas. "Vino a resultar que la mayor parte de esos platónicos, al comparar el cristianismo con el sistema de Ammonius, llegaron a la conclusión de que nada podía haber más fácil que una transición entre uno y el otro, y para gran detrimento de la causa cristiana, fueron inducidos a abrazar el cristianismo sin sentir necesidad de abandonar los principios que traían de antiguo".
Sucedió así que "casi todas esas corrupciones mediante las cuales en el siglo segundo y sucesivos el cristianismo resultó malogrado, y su prístina sencillez e inocencia vinieron a ser casi irreconocibles, tuvieron su origen en Egipto, y fueron luego transmitidas a las otras iglesias". "Observando eso en Egipto, así como en otros países, los adoradores paganos, además de sus ceremonias religiosas públicas en las que todos eran admitidos, tenían ciertos ritos secretos muy sagrados, a los que daban el nombre de misterios, y a la celebración de los cuales sólo las personas de la más probada fe y discreción podían asistir. Primeramente a los cristianos de Alejandría, y luego a los demás, se les inculcó la idea de que no podían hacer nada mejor que acomodar la disciplina cristiana a ese modelo. La multitud que profesaba el cristianismo quedó de ese modo dividida –para ellos- en los profanos, es decir, aquellos que todavía no eran admitidos en los misterios, y los iniciados, es decir, los fieles y perfectos... A partir de ese estado de cosas sucedió, no sólo que muchos de los términos y frases empleados en los misterios paganos fueron aplicados y transferidos a los diferentes aspectos de la adoración cristiana, particularmente a los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor, sino que también, en no pocos casos, los ritos sagrados de la iglesia resultaron contaminados por la introducción de diversas formas y ceremonias paganas".
El llamado a salir de Egipto
No es necesario enumerar las varias falsas doctrinas y prácticas que fueron de ese modo introducidas en la iglesia. Baste aquí decir que no quedó una sola cosa que no resultase corrompida, y prácticamente no hubo dogma o ceremonia paganos que no fuesen adoptados o copiados en mayor o menor grado. Habiéndose oscurecido de ese modo la Palabra de Dios, la Edad Oscura (Edad Media) fue el inevitable resultado, que continuó hasta la época de la Reforma, en la que la Biblia fue de nuevo restituida a las manos del pueblo, permitiendo que la pudiera leer por él mismo. La Reforma, no obstante, no completó la obra. Una reforma verdadera no termina nunca, sino que tras haber corregido el abuso que la motivó en primera instancia, debe avanzar en la acción positiva. Pero los que sucedieron a los reformadores no estaban animados del mismo espíritu, y se conformaron con no creer nada más que aquello que habían creído los reformadores. En consecuencia se repitió la misma historia. Se vino a recibir la palabra del hombre como palabra de Dios, y como consecuencia los errores permanecieron en la iglesia. Hoy en día la corriente tiene un sentido marcadamente descendente, como resultado de la mayoritaria aceptación de la doctrina de la evolución, así como de la influencia de la así llamada "alta crítica". Hace algunos años, el historiador Merivale, decano de Ely, manifestó: "El paganismo no fue extirpado sino asimilado, y el cristianismo ha venido sufriendo en razón de ello desde entonces, en mayor o menor grado" (Épocas de la historia de la iglesia, p.159).
Es fácil de ver, por la breve exposición hecha, que las tinieblas que en cualquier época hayan cubierto la tierra, y la gran oscuridad que envuelve a la gente, son las tinieblas de Egipto. No es solamente de la esclavitud física de la que Dios se dispuso a liberar a su pueblo, sino de las muchísimo peores tinieblas espirituales. Y dado que dichas tinieblas persisten aún en gran medida, la obra de liberación continúa avanzando. Los israelitas de antaño, "en sus corazones se volvieron a Egipto" (Hech. 7:39). A lo largo de toda su historia fueron advertidos en contra de Egipto, lo que evidencia que en ningún momento estuvieron libres de su ruinosa influencia. Cristo vino a la tierra a librar a los seres humanos de toda clase de esclavitud, y con ese fin se colocó hasta lo sumo en la posición del ser humano. Había, por lo tanto, un profundo significado en la ida de Jesús a Egipto, a fin de que pudiese cumplirse lo que dijo el Señor mediante el profeta: "De Egipto llamé a mi Hijo" (Mat. 2:15; Ose. 11:1). Puesto que Cristo fue llamado a salir de Egipto, todos los que son de Cristo, es decir, todos los descendientes de Abraham, han de ser igualmente llamados a salir de Egipto. En eso consiste la labor del evangelio.