La agonía divina
Uno de los escritores de los evangelios proporciona esta descripción de la lucha en oración que sostuvo Cristo en el olivar de Getsemaní: "Abba, Padre, todas las cosas son a ti posibles: traspasa de mí este vaso; empero no lo que yo quiero, sino lo que tú. Y vino y los halló durmiendo; y dice a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad es presto, mas la carne enferma. Y volviéndose a ir, oró, y dijo las mismas palabras. Y vuelto, los halló otra vez durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados; y no sabían qué responderle. Y vino la tercera vez, y les dice: Dormid ya, y descansad: basta, la hora es venida; he aquí, el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores" (Mar. 14:36-41).
Es razonable pensar que esa plegaria en tres etapas tuviera lugar durante alrededor de un par de horas. Al irse retirando la divina Presencia, Jesús, en su desesperación, anhelaba la simpatía y la compañía de los tres discípulos a quienes había pedido que oraran y velaran con él. Por tres veces fue a ellos, esperando verlos lo suficientemente interesados en su agonía como para mantenerse despiertos y orando; pero en lugar de eso, los encontró durmiendo tan apaciblemente como si no existiera crisis alguna en la que estuviera implicado su propio destino eterno. Dirigiéndose a Pedro, Jesús dijo: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?" Sin duda Pedro se hizo acreedor de ese merecido reproche, en vista de la jactanciosa afirmación que hizo antes. Cuando Jesús predijo su muerte, y el hecho de que todos lo abandonarían en la hora de su gran necesidad, Pedro había afirmado jactanciosamente: "Aunque todos sean escandalizados en ti, yo nunca seré escandalizado". "Aunque me sea menester morir contigo, no te negaré". "Señor, pronto estoy a ir contigo aun a cárcel y a muerte" (Mat. 26:33 y 35; Luc. 22:33).
Fue tal la intensidad de la agonía de Jesús, que "fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Luc. 22:44). Algunos críticos han afirmado que la expresión "como grandes gotas de sangre" implica que no se trataba realmente de sangre. No obstante, el "como" se aplica al sudor y no a la sangre; es decir, no se trataba realmente de lo que entendemos comúnmente por sudor, sino de auténtica sangre manando de los poros de su piel, goteando tal como sucede con el sudor. Los que pretenden que el narrador se dejó llevar de su imaginación al describir la agonía de Jesús ignoran que Lucas era médico, lo que explica que resultara particularmente impresionado por ese extraño trastorno de la fisiología humana. Difícilmente pudo haber pasado desapercibido para la sensibilidad de Lucas, como médico que era, lo que explica que él fuera el único de los cuatro evangelistas en mencionarlo. Otro de los escritores del Nuevo Testamento tuvo sin duda presente el fenómeno del sudor de gotas de sangre de Jesús, cuando declaró "que aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado" (Heb. 12:4). La lucha en Getsemaní está también incluida en la descripción que hace Isa. 63:1-3: "¿Quién es este que viene de Edom, de Bosra con vestidos bermejos? ¿este hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar. ¿Por qué es bermejo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar? Pisado he yo solo el lagar, y de los pueblos nadie fue conmigo". Fue "su sudor como grandes gotas de sangre" lo que tiñó, lo que manchó de sangre los vestidos del Mesías más que cualquier otra cosa.
Si bien es un hecho excepcional, el sudar sangre no es algo desconocido para la historia ni para la ciencia médica. Está basado en el fenómeno físico de la diapédesis, que consiste en el paso de los elementos celulares de la sangre desde los vasos sanguíneos a los tejidos circundantes. Han quedado registrados en la historia unos pocos casos notables de personas que, bajo condiciones de padecimiento físico, terror o angustia mental extremos, han "sudado sangre" realmente. Puesto que es histórica y científicamente posible, nada tiene de extraño que eso sucediera a Jesús, al experimentar ese sufrimiento, temor y angustia tan terribles, que sobrepasan lo que la mente humana puede imaginar, y el lenguaje describir.
La hematidrosis
Acerca de la posibilidad y causas de la diapédesis, el médico alemán G.H. Kannegiesser escribió: "La excitación mental súbita... y también la vivencia súbita del terror, o bien el temor intenso, desencadenan una sudoración... Cuando la mente resulta sobrecogida por el temor repentino a la muerte, el sudor, debido al grado excesivo de constricción, se convierte a veces en sangre" (German Ephemerides, citado por William Stroud, M.D., en "The Physical Cause of the Death of Christ," p. 86. El Dr. Stroud fue presidente de la Real Sociedad Médica de Escocia, y su libro –publicado por primera vez en 1847- recibió el apoyo de médicos prominentes en las Islas Británicas).
En relación con ese infrecuente fenómeno, otro médico escribió: "De todas las enfermedades que afectan a la transpiración cutánea, la diapédesis, o sudoración de sangre, es la más singular; tanto que ha llegado a cuestionarse su existencia. Pero contamos con el registro fidedigno de casos bien documentados, tanto en los antiguos como en los modernos anales de la medicina. Es mencionada por Theopharastus, Aristóteles y Lucano... Al vil Carlos IX de Francia le ocurrió eso precisamente, según informa Mezeray. El mismo historiador relata el caso del gobernador de una ciudad que por su implicación en un escándalo fue condenado a muerte, y ante la contemplación del cadalso, comenzó a sudar sangre profusamente. Lombard menciona un general a quien sucedió lo mismo al perder una batalla... Es probable que el extraño trastorno se produzca al tener lugar una conmoción violenta del sistema nervioso, lo que ocasiona que la sangre de los vasos salga de sus cauces naturales, forzando las partículas hemáticas hacia los órganos excretores cutáneos" (Curiosities of Medical Experience," J. G. Millingen, M.D., vol. 2, p. 338-342. –Stroud-).
S.A.D. Tissot, medico y escritor suizo que vivió entre 1728 y 1779, informó del caso de "un marinero que resultó de tal forma conmocionado por una tormenta, que por temor al naufragio sudó sangre por su rostro, que en el transcurso de la tormenta volvió a convertirse en sudor común, una vez que lo hubo enjugado" (Traite des Nerfs, p. 279 y 280 –Stroud-). El Dr. Schenck, medico alemán, cita el caso de "una monja que cayó en manos de soldados; y al verse acosada por espadas y dagas que la amenazaban de muerte instantánea, resultó aterrorizada hasta el punto de transpirar sangre por todo su cuerpo, y murió de hemorragia a la vista de sus agresores" (Joannes Schenck a Grafenberg, "Observ. Medic." lib. 3, p. 458. –Stroud-).
Escribiendo acerca de la muerte de Carlos IX de Francia, F.M. Voltaire dijo: "La enfermedad que lo traspasó es extremadamente inusual; sangró por todos sus poros. Esa enfermedad, de la que se conocen varios ejemplos, es desencadenada por el temor intenso, la pasión furiosa, o por un temperamento violento y melancólico" (Oeuvres Completes, vol. 18, p. 531 y 532. –Stroud-).
De Mezeray, historiador francés, escribió así sobre el mismo caso: "Durante las dos últimas semanas de su vida, su constitución fue presa de grandes conmociones. Resultó afectado por espasmos y convulsiones de una violencia extrema. Estaba en un continuo estado de agitación, y sangraba por todos los orificios de su cuerpo, incluso por los poros de su piel, hasta el punto de que en una ocasión resultó bañado por un sudor de sangre" (Histoire de France," vol. 3, p. 306. –Stroud-).
El historiador francés De Thou escribió acerca de "un oficial italiano que comandaba en Monte-Maro -una fortaleza en el Piamonte- durante la contienda sostenida en 1552 entre Enrique II de Francia y el emperador Carlos V. Ese oficial, habiendo sido traidoramente arrestado por orden del general hostil, y tras amenaza de ejecución pública en caso de no acceder a la rendición del lugar, resultó tan conmocionado ante la perspectiva de una muerte ignominiosa, que sudó sangre por todo su cuerpo". El mismo autor escribió acerca de un joven florentino en Roma, condenado injustamente a la muerte por orden del papa Sixto V, y concluye así su narración: "Cuando el joven fue llevado a la ejecución despertó en muchos la conmiseración, y su congoja era tal, que se lo vio sudar gotas de sangre; todo su cuerpo transpiraba sangre en lugar de sudor". (The Physical Cause of the Death of Christ," Stroud, p. 86 y 87). Podríamos aportar más testimonios históricos y científicos, pero lo dicho es suficiente para comprender que el sudar sangre es, no sólo posible, sino que se ha podido comprobar en diversas ocasiones bajo circunstancias extremas de dolor, temor o angustia. Una vez más, el criticismo dirigido a destruir la evidencia bíblica, resultó silenciado por los hechos históricos y científicos.
Cada una de las oraciones del Hijo de Dios en Getsemaní terminó en una expresión de completa sumisión a la voluntad de su Padre. Mediante esa fe inquebrantable y esa sumisión incuestionable, ganó la victoria en la batalla de Getsemaní. Su triunfo inundó su alma de paz, y la calma de la victoria se impuso en el campo de batalla. Acudió Gabriel a fortalecerlo para resistir en su camino a la cruz.
Fue "el gozo puesto delante de él" lo que hizo posible que Jesús resistiera la cruz y menospreciara la vergüenza, pudiendo así sentarse "a la diestra del trono de Dios" (Heb. 12:2). Fue en Getsemaní donde Jesús vio "del trabajo de su alma", y resultó "saciado", confirmando su voluntad de pagar el precio de la redención (Isa. 53:11). Fue allí donde tuvo una vislumbre del futuro, y de la felicidad de los que serían salvos mediante su humillación y muerte. Por la fe su oído captó el canto triunfante de los redimidos, y escuchó a los redimidos entonar el cántico de Moisés y el cántico del Cordero. En aquella hora de crisis, cuando colgaba de un hilo el destino de un mundo perdido, Jesús debió sopesar sin duda en lo que significaría su fracaso para hombres como Enoc, Elías y Moisés, quienes estaban ya en el cielo debido a su fe en que el Señor cumpliría su pacto. Cada cordero sacrificado desde las mismas puertas del paraíso perdido, había sido una señal de la promesa del sacrificio del verdadero Cordero (anti-típico).
Esas fueron algunas de las escenas cuya contemplación llevó a Jesús a su decisión final e irrevocable de continuar la lucha, e ir al Calvario al costo que fuera. En referencia a esa gran decisión, un notorio abogado italiano, diputado en el parlamento y vocal en el tribunal de Toscana, escribió: "Mientras las ramas de los olivos, símbolos de la paz, signos de amor y afabilidad entre los hombres, eran mecidas por la suave brisa nocturna bajo la inmensidad del cielo estrellado, Jesús gustó la amarga copa que rebosaba de lágrimas y de sangre de humanidad irredenta, y decidió beberla hasta la última gota" ("The Trial of Jesus," Giovanni Rosadi, p. 113).
Describiendo la batalla nocturna de Jesús y la agonía que torturaba su mente y su alma, el Dr. David Russell de Dundee, Escocia, escribió: "Su corazón se aceleró de forma inusitada, como queriendo forzar en su cuerpo un camino para la sangre enferma; y su sudor fue como grandes gotas de sangre cayendo hasta la tierra. La agonía de su alma debió ser más amarga de lo que es posible imaginar, a la vista de la reacción que produjo en su cuerpo en la intemperie de la noche, mientras los presentes tenían necesidad de protegerse del frío. Su vigoroso corazón estaba a punto de romperse, y la muerte inmediata lo amenazaba; pero sabiendo que quedaba mucho por hacer, oró para que la copa pudiera pasar de él por algún tiempo. Su oración fue oída. Apareció un ángel para fortalecerlo, y recuperó la compostura necesaria para estar en pie ante sus jueces y el pueblo, y para resistir lo que le esperaba hasta llegar a la cruz. Sobre la cruz se reprodujo la escena de Getsemaní: nuevamente le fue dada la copa, y allí la bebió hasta su última gota" (Letters, Chiefly Practical and Consolatory," vol. 1, p. 7-9. –Stroud-).
Es evidente que Jesús se estaba muriendo, cuando exclamaba: "Mi alma está muy triste hasta la muerte". Estaba entrando en la agonía de la muerte, y habría muerto por quebranto de su corazón cuando, en respuesta a su oración, la copa de la muerte le fue temporalmente retirada y le fue enviado Gabriel para fortalecerlo a fin de que pudiera resistir la terrible experiencia que terminó en la cruz, lugar donde pagó el último y mayor plazo de la redención por el pecado del hombre.