Muerte de Cristo: ¿esencial o circunstancial?
LB, 2005

 

(cursivas añadidas en todas las citas)

 

Hechos 4:28: Verdaderamente se unieron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.

 

Los creyentes y los incrédulos vendrán a ser juntamente testigos para confirmar la verdad que ellos mismos no comprenden. Todos cooperarán en el cumplimiento de los propósitos de Dios, tal como hicieron Anás, Caifás, Pilato y Herodes. Al llevar a Cristo a la muerte, los sacerdotes pensaron que estaban llevando a cabo sus propios designios, pero de forma inconsciente e inintencionadamente estaban cumpliendo el propósito de Dios” (RH, 12 junio 1900).

 

Heb 9:22: Sin derramamiento de sangre no hay remisión.

 

El argumento de que la sangre representa la vida es aquí irrelevante, pues el texto no dice: “sin sangre no hay remisión”. Dice: “sin derramamiento de sangre”.

¿Acaso derramamiento de sangre no significa muerte?

 

1 Cor 11:25-26: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí. Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.

 

En palabras del propio Jesús:

 

Mat 26:28: Esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados.

 

Heb 9:15-16: Por eso, Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que, interviniendo muerte para la remisión de los pecados cometidos bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna, pues donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador.

 

Antes de dejar a sus discípulos, Cristo presentó claramente la naturaleza de su reino... Volvió a explicarles las Escrituras, demostrando que todo lo que había sufrido había sido ordenado en el cielo, en los concilios celebrados entre el Padre y él mismo” (DTG, 759).

 

Juan 18:10-11 (en la antesala de la crucifixión): Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, hirió al siervo del Sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: -Mete tu espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?

 

Lucas 22:21-22 (en la última cena): La mano del que me entrega está conmigo en la mesa. A la verdad el Hijo del hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!

 

Juan 12:27 y 32-33: Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora... Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir.

 

Sus palabras, al caer de labios que habían sido cerrados por la muerte, los conmovían con un poder singular. Era ahora el Salvador resucitado... Las palabras que pronunciara Cristo en la ladera del monte eran el anuncio de que su sacrificio en favor del hombre era definitivo y completo. Las condiciones de la expiación habían sido cumplidas; la obra para la cual había venido a este mundo se había realizado” (DTG, 758)

 

Juan 12:24: De cierto, de cierto os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto.

 

Únicamente muriendo podía impartir vida a los hombres, y en las palabras que siguen señala su muerte como el medio de salvación. Dice: ‘El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo’” (DTG, 352)

 

Imagina que formas parte del pueblo de Israel y que te encuentras en Egipto en la noche cuando el ángel destructor hirió los hogares de todos aquellos que no tuvieran pintados los dinteles de sus casas con la sangre derramada de un cordero. ¿Habrías sentido que tu primogénito estaba a salvo si en lugar de pintar los dinteles con la sangre del cordero muerto, hubieras atado un cordero vivo al portal? ¿Habría sido esa la señal adecuada de que tu familia se hallaba bajo la protección de la sangre expiatoria?

 

La pregunta retórica ‘¿quién exigía la muerte de Cristo?, ¿a quién satisfacía?’, tiene una respuesta muy clara en la Biblia: -La Ley. “La paga del pecado es muerte” (Rom 6:23).

 

Aunque Cristo jamás peco, “al que no conoció pecado, [Dios] lo hizo pecado por nosotros” (2 Cor 5:21). Es una muerte sustitutoria, “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa 53:5), pero no se trata de una sustitución vicaria, en la que uno muere por otro sin tener relación con él (uno en lugar de otro) —eso sería inaceptable incluso para el concepto humano de justicia. “El alma que pecare, esa también morirá” (Eze 18:3). Se trata, por el contrario, de una sustitución corporativa, en la que Cristo, en su muerte, tomó sobre sí a cada pecador, al tomar su pecado. “El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Cor 5:14). Cristo no fue simplemente uno entre muchos ni uno en lugar de otros, sino todos en Uno. “Así como en Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15:22, ver también Rom 5:12-19).

 

La expiación que Cristo ha hecho para nosotros es completa y plenamente satisfactoria para el Padre. Dios puede ser justo, y sin embargo el justificador de los creyentes” (6 CBA, 1071)

 

Isaías 53:6-7: Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros... como un cordero fue llevado al matadero.

 

Heb 2:9: Vemos a... Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos.

 

Jesús no experimentó “la muerte por todos” por accidente ni por casualidad, sino “por la gracia de Dios”.

 

Es cierto que su muerte representa la culminación de toda una vida dedicada a ese eterno sacrificio “desde el principio del mundo” (Apoc 13:8), que se hace evidente para nosotros desde la encarnación de Cristo, y que dura por la eternidad. Es cierto que el sacrificio de Cristo no comenzó ni terminó en el Calvario.

 

Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese sufrimiento no empezó ni terminó cuando se manifestó en el seno de la humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios” (ED, 238).

 

También es cierto que su muerte, aislada de su vida, habría carecido de valor redentor.

 

En relación con los sacrificios presentados por Caín y por Abel (PP, 51-52; granate, 58-60):

 

Sin derramamiento de sangre no podía haber perdón del pecado; y ellos habían de mostrar su fe en la sangre de Cristo como la expiación prometida ofreciendo en sacrificio las primicias del ganado. Además de esto, debían presentar al Señor los primeros frutos de la tierra como ofrenda de agradecimiento

 

Así pues, la ofrenda de Caín no era deficiente por lo que ofrecía, sino por aquello de lo que carecía. De igual manera, la mayor parte de las herejías comienzan estando en la verdad por aquello que afirman, pero contienen error en lo que niegan. En el caso de la herejía de P. Abelard, tuvo razón al señalar el valor redentor de la vida de Cristo, pero introdujo la mentira al negar el valor redentor de su muerte.

 

‘Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín’ (Heb 11:4). Abel comprendía los grandes principios de la redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada” (Id, 52-53).

 

Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio” (Id, 53).

 

La herejía de P. Abelard consistía en limitar la expiación al valor instructor de su ejemplo (influencia moral), negando el componente de satisfacción. ¿Cuál fue la comprensión de Ellen White al respecto?

 

La transgresión fue tan enorme que la vida de un ángel no bastaría para satisfacer la deuda. Únicamente podía pagarla la muerte e intercesión de su Hijo para salvar al hombre perdido de su desesperada tristeza y miseria” (PE, 127).

 

En 1 Mensajes Selectos, 400, leemos:

 

En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia Dios por la transgresión de la ley divina (pues aquel a quien Dios perdona hace primero que se arrepienta), sino que Cristo ha satisfecho la justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre borbotante, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley divina violada y así salva el abismo que ha hecho el pecado

 

Obediente e inmaculado hasta lo último, murió por el hombre como su sustituto y garantía” (Id, 401).

 

Como sumo sacerdote que está dentro del velo, de tal manera inmortalizó Cristo el Calvario, que aunque vive para Dios, muere continuamente para el pecado” (Id, 402).

 

No hay pecado que el hombre pueda cometer, para el que no se haya efectuado satisfacción en el Calvario” (7 BC, 1071).

 

La justicia exige no sólo que sea perdonado el pecado, sino que deba ejecutarse la sentencia de muerte. Dios hizo frente a ambos requerimientos con la dádiva de su Hijo unigénito. Al morir en lugar del hombre, Cristo pagó completamente el castigo y proporcionó el perdón” (6 CBA, 1099).

 

El que era el resplandor de la gloria del Padre, la expresa imagen de su persona, llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero, sufriendo el castigo de la transgresión del hombre hasta que se satisfizo la justicia y no se requirió más. ¡Cuán grande es la redención que se ha efectuado para nosotros, tan grande que el Hijo de Dios murió la cruel muerte de la cruz para darnos vida e inmortalidad por la fe en él” (AFC, 37).

 

Al morir en nuestro favor, pagó un equivalente a nuestra deuda” (AFC, 70).

 

¿No depuso nuestro Maestro su ropaje real, su corona de gloria? ¿No cubrió su divinidad con humanidad, y vino a nuestro mundo a morir en sacrificio por el hombre? ¿Por qué no hablamos de esto? ¿Por qué no nos espaciamos en su amor incomparable?” (AFC, 272).

 

Quizá nos pueda ser útil volver al símbolo, para valorar la importancia del derramamiento de la sangre. Imagina que eres un antiguo israelita y que llevas tu víctima al santuario. Confiesas tus pecados sobre la cabeza del animal inocente y le pides al sacerdote: ‘Por favor, sea usted tan amable de tomar el cuchillo y sacrificar en mi lugar a este pobre animal. ¡No puedo soportar la sangre! ¿Qué crees que te habría respondido? —No. No puedo derramar su sangre en tu lugar. Toma el cuchillo: lo has de hacer tú mismo’ (Lev 4:27-33).

 

La sangre derramada aparece por todas partes en el libro de Hebreos: en más de 20 ocasiones. Es el equivalente a Levítico en el A.T. (la cita unas 90 veces). Pero hay otro libro en el Nuevo Testamento que supera a Hebreos. Es Apocalipsis. Allí aparece en unas 25 ocasiones el Cordero. Y es un Cordero “como inmolado”. En la representación terrenal del santuario había un solo animal que no era sacrificado. Se trata del macho cabrío por Azazel, y representa a Satanás. La inspiración tuvo mucho cuidado de no presentar a ese macho cabrío inmolado ni derramando su sangre, para que nadie pudiera pensar que Satanás era en definitiva su redentor. “Porque sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.

 

El gran fin de su misión consistía en ser una ofrenda por el pecado del mundo, para que por el derramamiento de sangre se pudiera hacer expiación en favor de toda la raza humana” (RH, 18 agosto 1896, MGD, 14).

 

Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Cor 2:2).

 

Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál 4:16).

 

Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rom 5:10).

 

Como escribió Ellen White, “¿por qué no hablamos de esto?

 

 

 

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