Querido amigo y amiga:

¿Estás harto de oír sobre desastres? Las agencias de información tienen problemas para seguir la sucesión frenética de terremotos, huracanes, inundaciones, incendios y tragedias en los transportes por tierra, mar y aire. No se trata simplemente de mejor periodismo: se trata de un incremento sustancial en esos hechos. Jesús dijo que habría "angustia de gentes... a causa del temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez de la tierra" (Luc. 21:25 y 26). El periodismo actual trae hasta nuestras casas vívidas demostraciones de esa "angustia de gentes", de ese "temor", y eso facilita el que podamos identificarnos corporativamente con los millones que sufren.

Pero ¿quién se preocupa por el dolor que Dios debe sentir? ¿Acaso no es cierto que él sabe hasta de la caída al suelo de un minúsculo pájaro (Mat. 10:29)? Jesús prometió estar con nosotros cada día hasta el fin del mundo (Mat. 28:20). Cuando nosotros sufrimos, él sufre. Está atado a la raza humana con cuerdas de amor. ¿No crees que debe estar impaciente por que tenga un final todo el dolor del mundo? Sabemos con certeza que Jesús vive, pues resucitó de los muertos. No puede haber olvidado a la raza humana, por cuya redención entregó su vida. Está anhelando regresar por segunda vez, en cumplimiento de su promesa. Si pensamos que es ÉL quien ha demorado su venida, nos estamos colocando al lado del "siervo malo" que siente que su Señor tarda en venir (Mat. 24:48). La verdad es que no es él, sino su pueblo, quien ha demorado su venida. Ha estado demasiado ocupado con los placeres de la economía del bienestar en Europa, América y Australia. Muchos hay que son indiferentes, tanto al dolor en el mundo como al dolor causado al corazón de Dios. Si nos resulta difícil hallar esa identidad con él en su sufrimiento, es porque estamos aún más cerca de la niñita que lleva las flores en la boda mientras sueña con el pastel nupcial, que de la auténtica novia en su madurez para unirse al Esposo (ver Apoc. 19:6 al 9).

A fin de aprender a identificarte con Cristo, comienza por identificarte con él mientras cuelga del madero por tus pecados. Lee sobre su cruz en Salmo 22 y 69. Si haces eso con el corazón abierto, se pondrá en acción cada uno de tus músculos espirituales. Luego "gradúate" identificándote con Cristo en su ministerio sumosacerdotal (como representante tuyo y mío) en el lugar santísimo del santuario verdadero de los cielos. Siente su preocupación por las multitudes en este planeta y su anhelo de ver a su iglesia cooperando con él en favor de ellas. Identifícate con él en su chasco. Sumérgete en su mensaje dado en Apocalipsis 3:14 al 21, no para criticar su iglesia, sino para interceder como él intercede. Te encontrarás así siguiendo "al Cordero por dondequiera que fuere" (Apoc. 14:4). El clamor de tu corazón será entonces el mismo que el de Juan: "Amén, sea así. Ven, Señor Jesús" (22:20). En lugar de elevar oraciones buscando tu propio bien, sabrás lo que es orar por él (Sal. 72:15); orar para que Cristo reciba su recompensa. No te prives de esa bendición: entra ya por la fe en el gozo de tu Señor.

R.J.W.-L.B.