Querido amigo y amiga:

Llevamos muchos años viendo en las "señales de los tiempos" evidencias indicadoras de que se acerca el fin, de que la venida del Señor está a las puertas, etc. Algunas de esas señales son el oscurecimiento del sol en 1780, la caída de estrellas en 1833, la multiplicación de la ciencia, los "tiempos peligrosos de los últimos días", etc. Pero ¿hay señales de que el Señor esté madurando una mies, preparando a un pueblo, para enfrentar la crisis final? Existe aquí la posibilidad de que la lluvia tardía esté "derramándose en los corazones de los que estén en torno de nosotros, pero no lo percibiremos ni lo recibiremos". Las Escrituras nos advierten que puede venir "como el rocío... como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba" (Deut. 32:2), y no necesariamente como una lluvia torrencial. Al menos no en su comienzo. Estamos en este mismo momento transitando por el terreno encantado que atravesaba el héroe de J. Bunyan en su Progreso del Peregrino, cuando la tentación a caer dormido era casi irresistible. La economía en los países desarrollados conoce días de prosperidad. Todo es mejor, más grande y más lujoso que nunca. También la iglesia crece. En apariencia las cosas van bien...

Pero ¿has pensado en que bien puede haber ya en este tiempo almas sinceras sentadas en bancos de la iglesia a poca distancia de ti, experimentando precisamente la experiencia señalada en Ezequiel 9:4, "que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se cometen en [Jerusalén]"? Son sólo ellos quienes van a recibir finalmente la "señal", el "sello de Dios". Un ángel recibe la orden de matar a todos los que NO "gimen y claman", empezando "desde mi santuario". Palabras duras, pero verdaderas. Todos los demás reciben finalmente la marca de la bestia. ¡No hay una tercera marca!

El pasaje de Ezequiel no está para que nadie piense de algún otro: "Retírate. No te acerques, que soy más santo que tú" (Isa. 65:5). Los que gimen y claman negativamente resultan atrapados en el cepo de su propia justicia, pero los que lo hacen positivamente reconocen que ellos no son mejores que ningún otro por naturaleza. No tienen ninguna bondad de la cual jactarse. Sus corazones (y a veces también sus ojos) se funden ante el amor de Cristo y ante el reconocimiento de deberle el 100% de todo. El gemir y clamar positivamente en humilde contrición bendice a otros, tiene por motivación el honor de Cristo, y no el interés personal por "salvarse", el temor a la perdición o el deseo de recompensa (motivaciones que para nada honran al Salvador).

Si le prestas atención, son BUENAS NUEVAS.

R.J.W.-L.B.