Querido amigo y amiga:

¿Sabías que el comer es un acto sagrado? Jesucristo, "habiendo dado gracias", alimentó a los 5000 (Juan 6:11). Lo mismo leemos a propósito de la multitud de los 4000 (Marcos 8:6-9). Cuando oras estás ante la presencia de Dios. De otra forma, la oración sería sacrílega. Por lo tanto, cuando das las gracias por la comida, te dispones a comer en la presencia de Dios. Eso no significa limitar el placer de comer, sino todo lo contrario, alegrarte sabiendo que es un don de Dios, quien "sacia de bien tu boca" (Sal. 103:5). ¡Una buena razón para estar agradecido!

Sí, y también por el don del apetito, gracias al cual puedes disfrutar de la comida. Jesucristo enseñó esa verdad, como podemos ver en Juan 6: "Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida... A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (v. 32-53). Esas palabras encierran algo profundo, aunque simple. Implican que ninguna vegetación, y aun menos los vegetales comestibles, poblaría el planeta tierra a menos que hubiese sido redimido por el sacrificio de Jesús. Cuando él murió, la sangre manó de sus heridas hasta empapar la tierra a sus pies, santificándola con ello.

Las oraciones maquinales e irreflexivas por la bendición de los alimentos nos sitúan peligrosamente al borde de comer y beber para nuestra condenación, según la advertencia de Pablo en 1ª Cor. 11:29. Según ese texto, el problema radica en comer "sin discernir el cuerpo del Señor".

Según un sabio autor, eso abarca mucho más que simplemente la Eucaristía o la Cena del Señor. "A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo". Eso convierte en sagrado nuestro pan cotidiano. La mesa familiar viene a ser como la mesa del Señor, y toda comida un sacramento (DTG 615).

Los israelitas de antaño comieron el maná que Dios les daba generosamente "sin discernir el cuerpo del Señor": "Todos comieron el mismo alimento espiritual... Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos no agradó a Dios". "No pudieron entrar debido a su incredulidad" (1 Cor. 10:3-5; Heb. 3:19). Eso tiene implicaciones en varios sentidos: (a) el tipo de alimento que comemos; (b) la cantidad; (c) si lo comemos con fe, (d) o con "incredulidad". ¡Esta última puede ser la causa oculta de muchos males! Nunca comas aquello que sabes que Dios no ha provisto para el bien de tu cuerpo, de tu mente y de tu prójimo. "Comed del bien", dice el Señor en Isaías 55:2, "y os deleitaréis con algo sustancioso". "Que prosperes en todo, y tengas salud, así como prosperas espiritualmente" (3 Juan 2).

R.J.W.