Querido amigo y amiga:

¿Ha dispuesto Dios lugares celestes especiales para minusválidos, para cierta clase de personas que cree imposible vencer el pecado? ¿Empleará una doble norma para su reino eterno? ¿Pueden algunos "santos" excusarse por tener el mal genio tan arraigado en sus genes, como para que sea imposible vencerlo? ¿O quizá su concupiscencia carnal? ¿Su amor al dinero o la posesión? ¿Su propensión a mentir?...

Un falso evangelio que Pablo llama "otro evangelio diferente del que os hemos anunciado" (Gál. 1:7 y 8), responde: 'Sí, puedes seguir aferrado a tus pecados favoritos; habrá un lugar especial para minusválidos espirituales en el reino celestial'. Cambiando la metáfora, es como si se te diera un manto blanco de justicia para "cubrir" sólo legalmente los harapos que sigues llevando debajo. Pero en contraste, el verdadero evangelio asegura limpiarte de cada uno de esos trapos de inmundicia ("Quitadle esa ropa sucia", Zac. 3:4), de forma que el manto inmaculado de la justicia de Cristo no te sea sólo LEGALMENTE "imputado", sino que sea también "impartido" a tu EXPERIENCIA cotidiana. Nada parecido a un capote para cubrir la deformidad consentida del carácter.

Ese concepto aflora en la Escritura por doquier: "Al que venza... así como he vencido" (Apoc. 3:21); "Han lavado su ropa, y la han emblanquecido en la sangre del Cordero" (7:14); "Lo han vencido [a Satanás] por la sangre del Cordero" (12:11); Cristo, como sumo sacerdote, es capaz de "salvar completamente a los que por medio de Él se acercan a Dios" (Heb. 7:25); "El Dios de paz... os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad" (13:21); "Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mat. 5:48).

¿Una norma imposible? Si todo lo que tenemos es ese "otro evangelio" falsificación del verdadero, el tipo de evangelio contra el que Pablo advierte, el evangelio de la caída Babilonia, entonces, sí. Ciertamente imposible. Pero alabado sea Dios por las buenas nuevas del verdadero "evangelio... [que] es poder de Dios para salvación a todo el que cree" (Rom. 1:16). El problema es nuestro orgullo espiritual, que insiste en aferrarse a nuestra minusvalía, cuando la sanación no sólo se nos ofrece, sino que se nos da "en Cristo". Humillemos nuestros corazones y aprendamos a sentir verdadera "hambre y sed de justicia" [por la fe, pues no hay otra] (Mat. 5:6).

R.J.W.