El poder de la cruz
T. Bunch
Cap. 25


El juicio y crucifixión de Jesús constituyen, no sólo el más notable de los despropósitos judiciales, sino también el crimen más espantoso jamás cometido en la historia de la humanidad. Todo el mundo está bajo la acusación de rechazo y asesinato deliberados del Hijo de Dios, y el Juez supremo del universo pedirá cuentas a la raza humana por ese crimen. La cruz no es sólo el medio de salvación; se erige también como símbolo de la injusticia. "La deshonra del Gólgota es la deshonra de la injusticia. Ha sido una medida acertada retirar el crucifijo de las cortes de justicia en la mayoría de naciones cristianas, puesto que ese símbolo se asocia a menudo con el descrédito de la judicatura". "La cruz de su martirio permanecerá por siempre estampada en la insignia de la injusticia, de la codicia y de la falsedad civil, un símbolo de eterna reprobación y repudio sin límites" ("The Trial of Jesus", Rosadi, p. 142 y 143).

La cruz del Calvario es el punto de encuentro de las dos eternidades, y el punto central de la historia humana. En el Gólgota terminó una dispensación y dio comienzo otra. Los símbolos del evangelio encontraron allí las realidades que representaban, y las sombras convergieron en la sustancia. La muerte de Cristo fue la señal de la consumación de los sacrificios figurativos en los servicios del templo o santuario terrenal, y el anuncio de que estaba a punto de comenzar el ministerio "del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre". El Cordero de Dios, la verdadera víctima expiatoria, derramó su preciosa sangre en pago por la redención del hombre, y pudo así acudir ante la presencia de Dios [Padre] para interceder por su pueblo. El Sacerdote del santuario celestial podía ahora presentar su propia sangre ante el Eterno, en beneficio del pecador arrepentido.

"Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Entonces el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y después que él resucitó, salieron de los sepulcros, entraron en la santa ciudad y aparecieron a muchos" (Mat. 27:50-53). Pablo nos informa de que esos santos resucitados ascendieron al cielo juntamente con Cristo (Efe. 4:8). Los veinticuatro ancianos y sus asistentes, de quienes se dice que fueron redimidos entre los de la tierra por la sangre de Cristo, y que le asisten en el servicio del santuario celestial, son aquellos que fueron llevados al cielo junto con Cristo, como trofeos de su resurrección y victoria; son las primicias de la gran cosecha evangélica de almas redimidas.

Jesús murió en el momento preciso del sacrificio de la tarde, cuando el cordero pascual que lo representaba a él mismo estaba a punto de ser degollado por los sacerdotes que oficiaban en el templo. "Ataviado con sus vestiduras significativas y hermosas, el sacerdote estaba con el cuchillo levantado, como Abrahán a punto de matar a su hijo. Con intenso interés, el pueblo estaba mirando. Pero la tierra tembló y se agitó, porque el Señor mismo se acercaba. Con un ruido desgarrador, el velo interior del templo fue rasgado de arriba abajo por una mano invisible, que dejó expuesto a la mirada de la multitud un lugar que fuera una vez llenado por la presencia de Dios. En este lugar había morado la shekinah. Allí Dios había manifestado su gloria sobre el propiciatorio. Nadie sino el sumo sacerdote había alzado jamás el velo que separaba este departamento del resto del templo. Allí entraba una vez al año para hacer expiación por los pecados del pueblo. Pero he aquí, este velo se había desgarrado en dos. Ya no era más sagrado el lugar santísimo del santuario terrenal... El símbolo había encontrado en la muerte del Hijo de Dios la realidad que prefiguraba. El gran sacrificio había sido hecho. Estaba abierto el camino que llevaba al santísimo. Había sido preparado para todos un camino nuevo y viviente" (El Deseado de todas las gentes, p. 705).

 

Trascendencia del Calvario

El plan de la salvación se centra en la cruz del Calvario, por lo tanto, no podía ser comprendido plenamente hasta después de ese evento. El apóstol Pablo declaró que "el misterio" de la redención, al que se refirió como "las insondables riquezas de Cristo", estuvo "escondido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Efe. 3:8-11). Sólo la cruz podía proporcionar al hombre y al universo "la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos" (Rom. 16:25).

El clamor agonizante de Jesús: "Consumado es", significaba mucho más que simplemente el anuncio del agotamiento del servicio simbólico, el cumplimiento de las profecías mesiánicas y la consumación del plan de la salvación que rescata al hombre y al dominio perdido. Incluye también la sentencia de muerte a la rebelión de Satanás, y la reconciliación de la totalidad del universo con Dios. El inexplicable "misterio de iniquidad" había dejado sin respuesta una cuestión en las mentes de los ángeles y de los seres no caídos, que comportaba un cierto alejamiento de Dios. Esa cuestión halló plena y definitiva respuesta en la cruz, motivo por el que cabe afirmar que la cruz obró una reconciliación permanente. El misterio de la cruz explica todos los demás misterios. Inmediatamente antes de la crisis del Getsemaní y del Calvario, Jesús dijo: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir" (Juan 12:31-33).

Otro texto indica que ese "todos" incluye mucho más que los habitantes de este mundo rebelde: "Al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. También a vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de él" (Col. 1:19-22). La muerte de Cristo en la cruz reconcilió a todo el universo con Dios, incluyendo tanto las cosas que "están en los cielos" como las que "están en la tierra".

La encarnación y la muerte expiatoria de Cristo hacen posible la destrucción final de Satanás y de todos sus seguidores; "por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre" (Heb. 2:14 y 15). En lo concerniente a los ángeles santos y a los seres no caídos, Satanás pudo haber sido destruido en cualquier momento después que Jesús hubo muerto en la cruz, puesto que toda cuestión había hallado respuesta, y había desaparecido cualquier vestigio de simpatía hacia él. Todo el universo había presenciado las escenas del Calvario, contemplando allí el desarrollo final del "misterio de iniquidad" y la completa revelación del carácter del gran rebelde. La batalla decisiva se había reñido ya, Satanás había sufrido la aplastante derrota, y supo que estaban perdidos su causa y su reino.

 

Requiere tiempo

La ejecución del gran apóstata y de sus seguidores ha de demorarse hasta tanto que el mensaje del evangelio haya tenido ocasión de llegar a los habitantes de la tierra, emplazándoles a que decidan a quién de los dos desean servir, y a cuál de los dos gobiernos en oposición querrán pertenecer. Una vez que el evangelio haya completado su misión y termine el tiempo de gracia, puede darse la ejecución de los pecadores con la aprobación de todo el universo. Alguien escribió: "Mediante el desarrollo del gran conflicto, Dios demostrará los principios de su gobierno, los cuales han sido falseados por Satanás y por todos los que él ha engañado. La justicia de Dios será finalmente reconocida por todo el mundo, aunque tal reconocimiento se hará demasiado tarde como para salvar a los rebeldes. Dios tiene la simpatía y la aprobación del universo entero a medida que paso a paso su plan progresa hacia su pleno cumplimiento" (Patriarcas y profetas, p. 65). Es debido a eso que cuando Satanás y los pecadores sean destruidos finalmente, su ejecución contará con una aprobación tan universal que "la tribulación no se levantará dos veces" (Nahum 1:9). La curación definitiva de la enfermedad del pecado y la remoción de todos sus efectos en el universo, de forma que jamás pueda levantar de nuevo su fea cabeza para amenazar a los hijos de Dios, es un proceso que requiere tiempo. Como toda operación exitosa, va acompañada necesariamente de mucho dolor y sufrimiento, antes que pueda comprobarse el efecto de la curación duradera.

Cuando el clamor de la cruz: "Consumado es", resonó por todo el universo, fue reconocido, no como una admisión de derrota, sino como una exclamación de victoria sobre Satanás. El profeta Juan registró el triunfal clamor celestial en Apocalipsis 12:10-13: "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: ‘Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual, alegraos cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo’. Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón".

El diablo nunca supo que su causa estaba perdida y que le quedaba ya muy poco tiempo, hasta que Jesús murió como vencedor en la cruz del Calvario. Ese fue el evento que le retiró toda posible simpatía y que lo despojó de su pretensión como "príncipe de este mundo". Fue entonces desposeído como usurpador, príncipe y soberano de este mundo, y Jesús vino a ser el auténtico príncipe y representante de este mundo en los concilios del cielo. La cruz fue el arma que selló la suerte del gran líder rebelde, quien sabe ahora que es una simple cuestión de tiempo el que sea despojado de toda autoridad y poder, y resulte confinado al abismo sin fondo para aguardar su justa sentencia al final del milenio.

La cruz es la mayor evidencia del amor de Dios. Tras la muerte de cierto prisionero, se encontró en la pared de su celda el dibujo de una gran cruz con la palabra "Amor" escrita en los cuatro extremos de los dos travesaños, como indicando que sólo la cruz puede medir la altura, anchura y profundidad del amor de Dios, "que excede a todo conocimiento" (Efe. 3:19). Si es cierto que el camino a la santidad está salpicado de sangre, también es cierto que está pavimentado con amor. La cruz es la ciencia de la salvación, y será el canto de los redimidos por toda la eternidad. E. White escribió: "Quitarle al cristiano la cruz sería como borrar del cielo el sol. La cruz nos acerca a Dios, y nos reconcilia con él. Con la perdonadora compasión del amor de un Padre, Jehová contempla los sufrimientos que su Hijo soportó con el fin de salvar de la muerte eterna a la familia humana, y nos acepta en el Amado. Sin la cruz, el hombre no podría unirse con el Padre. De ella depende toda nuestra esperanza. De ella emana la luz del amor del Salvador; y cuando al pie de la cruz el pecador mira al que murió para salvarle, puede regocijarse con pleno gozo; porque sus pecados son perdonados. Al postrarse con fe junto a la cruz, alcanza el más alto lugar que pueda alcanzar el hombre" (Los hechos de los apóstoles, p. 170 y 171).

Es el pensamiento del Calvario el que despierta vivas y sagradas emociones en nuestros corazones. Es imposible que el orgullo y el egoísmo florezcan en el corazón que guarda frescas en su memoria las escenas del Calvario. La meditación en el amor de Dios, tal como fue demostrado en la cruz, renovará la mente, tocará y conmoverá el alma, refinará y elevará los afectos y transformará por completo el carácter. No es maravilla que el apóstol Pablo exclamara, sobrecogido por la visión de la cruz: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo" (Gál. 6:14).

Que Dios pueda darte la misma visión gloriosa, y la misma experiencia viviente.

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