Ante Herodes
La sentencia de absolución que pronunció Pilato en su juicio a Jesús, enfureció a los judíos. No sólo rehusaron acatar el veredicto, sino que profirieron nuevas acusaciones. "Pilato dijo a los príncipes de los sacerdotes, y a las gentes: Ninguna culpa hallo en este hombre. Mas ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí" (Luc. 23:4 y 5). Tras haber sentenciado el caso, Pilato no debió haber admitido acusaciones sobrevenidas. "Nadie debe ser sometido dos veces a juicio por un mismo delito", es una máxima judicial que nos ha llegado procedente del derecho romano. Sin duda los judíos habían acordado improvisadamente las nuevas acusaciones, mientras Jesús y Pilato se encontraban en la sala judicial.
Se esperaba que las nuevas acusaciones tuvieran un doble efecto: primeramente reforzar la acusación de sedición que ya se había presentado; y en segundo lugar revelar a Pilato que Jesús era galileo. Los romanos –y Pilato en particular- aborrecían a los galileos de una forma especial. No obstante, la mención de Galilea no tuvo en Pilato el efecto calculado, sino otro muy distinto. "Entonces Pilato, oyendo de Galilea, preguntó si el hombre era galileo. Y como entendió que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, el cual también estaba en Jerusalem en aquellos días" (Luc. 23:6 y 7). El caso se había convertido en muy incómodo para el gobernador, quien vio enseguida la oportunidad de traspasárselo a otro, que casualmente era su enemigo acérrimo. Por fin se le presentaba la oportunidad de librarse de aquel asunto perturbador sin tener que retractarse de su propia decisión.
Rosadi dijo, a propósito de aquel acto de cobardía de Pilato: "Ese fue el primero de los desgraciados subterfugios a los que recurrió Pilato, en su desesperado intento por eludir las responsabilidades de su cargo" ("The Trial of Jesus", p. 243). Chandler escribió al mismo propósito: "Durante el proceso judicial Pilato demostró ser cobarde y pusilánime, así como un despreciable oportunista. De principio a fin su conducta fue una exhibición de cobardía y subterfugio. Estaba constantemente buscando pretextos para eludir su oficio. La mención de Galilea fue como un rayo de luz que se abrió camino entre los tenebrosos pasos del cobarde y vacilante juez. Creyó encontrarse ante la oportunidad de escapar... Actuó inmediatamente según esa feliz idea, y bajo la custodia de un destacamento de la guardia del pretorio, Jesús fue conducido al palacio de los macabeos, lugar en el que solía detenerse Herodes cuando visitaba la ciudad santa" ("The Trial of Jesus", vol. 2, p. 117 y 118).
El carácter de Herodes
Herodes Antipas era el tetrarca de Galilea y Perea, y estaba también de visita en Jerusalem durante la festividad de la pascua. Su residencia oficial se encontraba en Tiberias, perteneciente a Galilea. Su posición era la de un rey insignificante bajo la autoridad del procurador romano; su autoridad, por lo tanto, era más bien exigua. Durante sus visitas a Jerusalem, Herodes se alojaba en el palacio de los macabeos, que estaba también situado en el Monte Sión, cerca del palacio de Herodes en el que residía Pilato. "El antiguo palacio de los Asmoneanos, en donde residía Antipas, era casi tan espléndido como la residencia oficial de Pilato. Se encontraba a unas pocas calles de distancia hacia el noroeste, dentro de la misma ciudad vieja amurallada, en la falda de Sión sobre cuya colina aplanada se elevaba el palacio de Herodes, convertido ahora en cuartel general de los romanos... Era poco más de las seis cuando Antipas, madrugador como todos los orientales, oyó la conmoción en el patio de su palacio, dándosele aviso de que Jesús había sido entregado bajo su autoridad. Minutos más tarde el prisionero fue conducido al tribunal de justicia del palacio, y Antipas se personó en el tribunal" ("The Life and Words of Christ", Geikie, p. 763).
Herodes, hombre despreciable y disoluto, era un judío saduceo, hijo de Herodes el Grande cuyas manos se habían manchado con la sangre de la práctica totalidad de sus diez esposas, así como de miles de víctimas inocentes. El propio Antipas había asesinado a Juan Bautista, quien se había atrevido a reprenderlo por cohabitar indecorosamente con la esposa de su hermano. Probablemente no le quedaba ni una partícula de conciencia o de humanidad. Jesús estaba bien familiarizado con el carácter de su nuevo juez. En una ocasión le había dirigido una reprensión (Luc. 13:31-33). Chandler escribió de Herodes: "Las páginas de la historia sagrada no describen un carácter más ruin y despreciable que el de ese jefecillo, ese disoluto saduceo idumeo. Comparado con él, Judas resulta una persona respetable. Judas tenía una conciencia que, al ser atormentada por el remordimiento, lo llevó al suicidio. Es dudoso que a Herodes le quedara una sola traza de ese fuego celestial que llamamos conciencia" ("The Trial of Jesus", vol. 2, p. 120).
"Herodes, al ver a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verlo, porque había oído muchas cosas acerca de él y esperaba verlo hacer alguna señal" (Luc. 23:8). Jesús era galileo, y había obrado la mayor parte de sus prodigiosos milagros en esa región. Durante más de tres años todo el lugar había conocido su fama y alabanza. Herodes había sido informado de esas obras maravillosas, pero no había visto nunca al Obrador de esos milagros, y "se alegró mucho" por la oportunidad de encontrarse con él. Esperaba, junto a su corte, ser obsequiado con entretenidas exhibiciones del poder de Cristo para efectuar milagros. Se trajo a enfermos y se solicitó a Jesús que los sanara, prometiéndole a cambio la libertad, a modo de recompensa.
Herodes no tenía la intención de condenar a Jesús, quien era muy popular en Galilea; se lo consideraba un profeta de Dios en toda aquella región, y muchos creían que era el Mesías. Herodes no quería correr el riesgo de ver una repetición de lo que ocurrió como consecuencia de su asesinato de Juan Bautista. Ese grave error le había hecho perder ya considerable popularidad. También él creía que Jesús era, o bien Juan Bautista vuelto a la vida, o bien un profeta todavía mayor que Dios había suscitado en lugar del primero. "En aquel tiempo Herodes, el tetrarca, oyó la fama de Jesús, y dijo a sus criados: ‘Este es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos y por eso actúan en él estos poderes’" (Mat. 14:1 y 2). "Herodes, el tetrarca, oyó de todas las cosas que hacía Jesús, y estaba perplejo, porque decían algunos: ‘Juan ha resucitado de los muertos’; otros: ‘Elías ha aparecido’; y otros: ‘Algún profeta de los antiguos ha resucitado". Y dijo Herodes: -A Juan yo lo hice decapitar; ¿quién, pues, es este de quien oigo tales cosas? Y procuraba verlo" (Luc. 9:7-9). Herodes no quería correr el riesgo de perder su posición exacerbando el odio de sus súbditos. Pero perdió de todas formas la corona ante las sospechas de Calígula, a cuyos oídos llegó el rumor de que Herodes estaba conspirando contra él.
"Le hizo muchas preguntas, pero él nada le respondió" (Luc. 23:9). Eso fue un cumplimiento de Isaías 53:7: "Angustiado él y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca". Las muchas preguntas de Herodes venían inspiradas sin duda por la curiosidad. "El asesino de los profetas, el que vivía en incesto abierto y flagrante, y que no tenía motivo más elevado que la curiosidad rastrera, no merecía respuesta alguna" (The Cambridge Bible). Jesús leyó la motivación deshonesta del malvado rey, y le dedicó el reproche más severo: su profundo silencio.
"Aquel dirigente superficial, débil, astuto y desprovisto de valor, parecía dispuesto a ser muy condescendiente. Le hizo una pregunta tras otra; todo lo que su necia curiosidad le sugería; y sin duda le pidió realizar un milagro allí y entonces. Pero Jesús no era ningún mago o ilusionista. Estaba presto a defender su vida con dignidad, pero ni por un momento se rebajaría a lo indigno. Ante él estaba, ataviado en púrpura, el asesino de Juan, el esclavo de una mujer perversa, el indigno adúltero... Jesús sintió desdén hacia él, y lo trató con el silencio fulminador. Le podría haber respondido con un sinfín de preguntas, pero no pronunció ni una sola palabra en respuesta" ("The Life and Words of Christ", Geikie, p. 763 y 764). Bajo aquellas circunstancias, el silencio de Jesús era el testimonio más elocuente a favor de su inocencia.
Otra razón para el silencio de Jesús era su conocimiento de que Herodes carecía de jurisdicción legal en su caso, puesto que no era más que un visitante en Jerusalem, sin derechos legales fuera de Galilea.
Durante todo el tiempo en que Jesús estuvo ante Herodes, los principales dignatarios de los judíos continuaron sus acusaciones. "Estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándolo con gran vehemencia" (Luc. 23:10). Sin duda les preocupaba la posibilidad de que Herodes liberara a Jesús, a quién sabían capaz de realizar los milagros que le solicitaba a cambio de su libertad. Sin duda debieron repetir todas las acusaciones contra Jesús que formularan ante Pilato, a las que añadirían aquellas por las que el sanedrín lo había declarado digno de muerte. Ante un judío saduceo las acusaciones de carácter religioso tendrían peso, por lo que era pertinente que las repitieran. Probablemente Herodes interpretó el silencio de Jesús como una evidencia de su culpabilidad. Las acusaciones de los judíos arreciaron al hacerse evidente que Herodes no tenía la intención de emitir juicio condenatorio contra su súbdito galileo. "Esperaron mientras Herodes interrogaba a Jesús, y cuando rehusó responder desencadenaron sus acusaciones como una jauría de sabuesos" ("Word Pictures in the New Testament", A.T. Robertson, vol. 2, p. 280).
Venganza de Herodes
"Entonces Herodes con sus soldados lo menospreció y se burló de él, vistiéndolo con una ropa espléndida; y volvió a enviarlo a Pilato" (Luc. 23:11). El original griego da a entender que se trataba de una ropa blanca o brillante. Rosadi afirmó: "Herodes se burló de Jesús ante la pequeña compañía de soldados y cortesanos; lo vistió burlonamente con una túnica blanca y lo remitió de nuevo a Pilato... La túnica blanca era la vestimenta habitual de las personas ilustres; Tácito narra que los tribunos se ataviaban así para entrar en combate. Quizá el tetrarca tenía in mente la ironía de esa costumbre romana" ("The Trial of Jesus", p. 247).
Pilato, como oficial romano que era, debía llevar la toga blanca, y ese gesto de Herodes no era solamente una burla hacia Jesús, quien decía ser rey, sino también hacia Pilato, su eterno enemigo. Pilato le devolvió el escarnio al vestir a Jesús de escarlata, tal como hacía Herodes en razón de su realeza. A pesar de esas conductas mutuamente insultantes entre Pilato y Herodes, su enemistad vino a convertirse en amistad a resultas de aquel evento. "Aquel día, Pilato y Herodes, que estaban enemistados, se hicieron amigos" (Luc. 23:12).
La negativa de Herodes de condenar a Jesús equivalía a una absolución, y así la interpretó Pilato (Luc. 23:13-16). "Eso era una segunda absolución pronunciada sobre nuestro Señor, a propósito de toda acusación política lanzada contra él. Si en algún respecto se hubiera hallado culpable de (1) alborotar al pueblo, (2) inducir a que no se pagara el tributo, o (3) pretender ser rey, habría sido la obligación de Herodes –y ciertamente su interés- el condenarlo. Su forma de despachar el caso fue una declaración de inocencia hacia él" (The Cambridge Bible).
Pilato dijo a los judíos que no había encontrado falta alguna en el prisionero, y que Herodes había llegado a idéntica conclusión. Los jueces de dos tribunales distintos habían rehusado ratificar la sentencia de muerte del sanedrín; las respectivas investigaciones del caso habían confirmado la inocencia del acusado, y tuvieron por resultado una sentencia absolutoria. El segundo anuncio del gobernador declarando que el caso se había resuelto a favor del prisionero, chasqueó sobremanera a los judíos; pero no estaban aún dispuestos a darse por vencidos. Ya habían tratado anteriormente con Pilato, y sabían que la presión y la persistencia les darían lo que buscaban. Con determinación surgida de la desesperación, la turba judía arreció la batalla en un airado clamor unánime e insistente por venganza contra la Víctima inocente.